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El automóvil nos es tan sencillo y cotidiano que solo cuando vivimos su manufactura, sus corporativos, sus distribuidores, así como la parte técnica (mecánica) y la conducción entendemos la complejidad.

Cada coche es el ensamble cuasi perfecto de decenas de miles de piezas. Detrás de cada pieza hay miles de horas de ingeniería.

Lo que nos lleva a nuestro destino, en el caso de los coches, son cuatro huellas de contacto de las llantas con el suelo del tamaño de una tarjeta de crédito, o de una postal para autos con llantas más grandes. Aún así es “nada” y le confiamos nuestra vida en carreteras en mejor o peor estado retando el limite de velocidad constantemente.

Sin embargo, la complejidad del producto es casi insignificante comparada con la complejidad de la industria. La industria puede acabar con los mejores productos por decisiones administrativas o comerciales, y viceversa. La decisión de compra no solo es el producto, es el proceso, los productos financieros, la publicidad, las recomendaciones, las buenas y las malas experiencias.

La industria automotriz es un monstruo de mil cabezas, seguiré hablando de las que ya conozco, de las quiero conocer, y de las que están desarrollo.

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